Anoche todas las madres del mundo quisieron tener un hijo
como él. Un hijo nervioso, al borde de las lágrimas leyendo poesía ante un
auditorio. Y ese hijo, poeta, enviado, deleitó al auditorio. No sé si será un muñeco roto de esta sociedad de usar y tirar. Pero sé que su minuto de gloria alimentará su alma durante muchos libros. Yo supe lo que es leer algo que está escrito para tu madre y no
hacerlo hasta tenerla delante, a ella y a mucha gente más (una veintena,
hablamos de poesía, no vayamos a volvernos locos). Y te sientes como si fueras
tan pequeño y tan grande, tan valiente y tan insignificante, que en ese lío de
tripas que suben y bajan ves lo que sobra y lo que falta en tu vida, te abre
las puertas a los rincones más escondidos de tu mente, porque es la llamada al
principio de la vida, a salir del túnel, a bucear en las tinieblas.
Anoche el tiempo se detuvo, pasó César Brandon, un ángel, un
privilegiado en un mundo de gente que corre de aquí para allá y para los que el
tiempo nunca es suficiente. Yo, que no soy un velocista, soy más caminador de
fondo, me permito un “lujo de ricos” que es ver crecer las flores en la cuneta
del camino, pasar las noches en vela pensando en las estrellas y escribiendo
historias, poemas, opiniones que quien sabe si las leerá alguna vez alguien.
Hubo un tiempo en que los poetas fueron faros de luz en las
tinieblas de la gente, en una península donde antes de los romanos ya existían
los Tartessos que, se intenta probar científicamente, ya hablaban en verso.
Luego vendrían los poetas líricos romanos (Alceo, Safo, Anacreonte), los dos
poetas épicos (Homero y Hesíodo) y los trágicos (Esquilo, Sófocles y
Eurídipes), evolucionaría a través de Petrarca y se convertiría en oficio de
juglares ya en la Alta Edad Media, asentándose tranquilamente en el corazón de
hombres formidables como Góngora, Manrique, Quevedo y más tardíamente en
Rosalía de Castro, en Federico García Lorca, Rafael Alberti, Gloria Fuertes,
Emily Dickinson, Mario Benedetti y tantos que he leído y que me siguen salvando
las horas de viajes en tren y las noches en vela.
Quizás ha llegado el
momento en que miremos de nuevo a esas luces, leamos un poco de poesía, y
empecemos a entender un poco lo que nos dicen esas voces, que salgamos a
disfrutar de recitales como yo hice algunas noches de Madrid, que tenga siempre
preparado en el bolsillo del abrigo, en el cajón de la mesita, un breviario de
poemas que llevarme a la boca como un caramelo. No es cuestión de leerse un
libro de poesía en un día. La poesía duele. Se sirve en pequeñas dosis, se lee
un poema, a lo sumo dos, y se piensa en si estoy de acuerdo o no con el poeta,
o si yo lo hubiera escrito diciendo otras cosas. Y en ese eterno fluir nos
daremos cuenta de que todos podemos ser creadores, respetando siempre a los que
ya llevan mucho camino recorrido en esa dirección, por supuesto.
Y es que poesía, que proviene del griego, significa “hacer,
fabricar, engendrar, dar a luz, obtener, causar…crear” todos esos adjetivos que
juntos se nos hacen tan valiosos ¿O no es acaso eso lo que queremos hacer en la
vida?
Por eso en cuanto escuché a Brandon me retorcí por dentro,
lo volví a escuchar y corrí a la librería más cercana a comprarme ese, su
primer libro, y ahora me congratulo de que haya sido ganador de got talent (un
formato publicitario que aunque me parece que busca la historia fácil y el
camino demasiado recto hacia las masas, me alegra que haya abierto las puertas
y coronado al poeta, al faro de la intuición, a la voz del pueblo desde abajo y
no desde arriba).
Y dado que escribo porque quiero, pero el deseo (no la
necesidad) es ser leído. Te lanzo este pequeño hechizo, un anzuelo de
comprensión, un testimonio de que yo también valoro a los que leen. ¿Puedes
escribir en los comentarios de facebook #yoleopoesía. Así sabré que has parado
el tiempo para leerme, que estás de acuerdo conmigo…
que esta guerra sigue sin estar perdida…