jueves, 18 de enero de 2018

Soy un perro andalú

Dos lágrimas recorren la distancia de mi pensamiento a mi corazón llevando un mensaje de poesía y música. De camino se ha encontrado con mis labios y allí se ha arremolinado para ladrar, sangre en boca, unas palabras que al final de mis colmillos se convertirán en coloretes y papelillos.

Anoche se me pasaron muchas imágenes por la cabeza, me dieron las luces del alba buscando explicación a las cábalas de un poeta que con su puesta en escena manchaba todo un lienzo de simbología perfectamente engranada como las manillas del reloj del Tiempo. La presentación abría viejas heridas heredadas y el remate de un primer pasodoble para caer rendido ante el vaivén hipnótico de las palabras de un maestro.

Supongo que para aquel foráneo del carnaval será difícil hoy interpretar estas palabras, y aquel ajeno al ideal vegetativo, como dijera Ortega Y Gasset, del pueblo andaluz, poco sabrá de este sentimiento que nos alimenta cada febrero, al laito del dios Momo, al que invoqué la semana pasada a las puertas del Carnaval, sentadito en la orillita y sintiendo un aire de trece años.

Para muestra un botón, dice así la letra… “En el salón de cada casa de la vieja Andalucía una guitarra está esperando que le devuelvan la vida, dejando en un rasgueo la miseria sin palabras de esos pobres tan felices que no muerden, solo ladran. Y montar la gran verbena y el continuo cachondeo en sus ocho barracones en el desierto Europeo, sus puertas siempre abiertas sea de día o sea de noche, eternamente disfrazados como putas de la corte. Así es como nos ven, Así es como nos ven esa otra mitad de España, peleá con la otra España que ni come ni deja comer. Bufones, somos sus bufones, donde hay sol y procesiones, nadie nos oye sufrir, juglares de feria y carnavales, y una sonrisa a raudales, para cuando quieran venir los que levantan el país…”

Pueden parecer palabras derrotistas de un perro apaleado o el destino incierto de un poeta que ve la boca del diablo más allá de las montañas que circundan su valle. Pero yo veo un barquito en una botella echado al mar por el gusto de verlo navegar, veo orgullo de la cultura heredada de generaciones de poetas de legado universal, y palabras más afiladas que las espadas castellanas.

No voy a señalar a nadie con la pena de muerte por no escuchar carnavales, pero si voy a decirle a cualquiera que crea que su vida carece de algo, siempre le falta algo, y nunca le da tiempo a conseguirlo todo, a que baje un par de semanas, ya quiera en verano o en carnavales, y comprenderá porque un gaditano sufre en el exilio por pertenecer a un paraíso.


Dejo aquí el enlace a la actuación de "el perro andalú" 

viernes, 12 de enero de 2018

Recuerden que... esto es carnaval

Siguiendo con la tónica de "no voy a desearte felices fiestas" ahora llega "no voy a hacerte un regalo".

Como decíamos ayer, cuentan que un regalo es un gesto inherente de altruismo, es cierto, pero cuando es una fecha la que determina cuando tienes que hacer el regalo deja de ser ese acto de altruismo y se convierte en un acto de comunicación. Marcel Mauss realizó en 1925 un estudio en profundidad sobre el proceso que encierra un regalo, identificándolo con el intercambio de obligaciones mutuas fundamentado en el esquema de dar, recibir y devolver.

Lejos ya de las garras de las navidades lanzo  mis papus pilosos (es el nombre científico de los frutos que esparce un diente de león) al viento para no parecer que mis decisiones son fruto del azar y la subida de azúcar de las fiestas sino de una profunda y calmada reflexión.

Cuando era pequeño, al menos mi infancia estuvo marcada así, recibía regalos solo una vez al año, los reyes magos de oriente y algún detalle en cumpleaños. Los tiempos cambian, los años no pasan en balde, nos aprietan las deudas, nos volvemos adultos en un mundo de niños y nos dejamos llevar por un exceso de hedonismo que clama al cielo cada cumpleaños, amigo invisible, Papa Noel, Reyes magos, Ratón Pérez, despedida de soltero, boda, San Valentín, Buenas calificaciones, etc, etc, etc donde se pierde el sentido de la existencia por el sentido de la concupiscencia.

Pido perdón y comprensión a todo aquel que siendo creyente y disfrutante de esta fiesta del nacimiento de Dios me acompañe a clausurar estas fechas que se han convertido en acervo del capitalismo y se atrevan a recorrer el túnel de mis palabras hacia un lugar remoto, más allá del cristianismo para remontarnos a cultos sumerios y egipcios antiguos que a través de festejos dionisiacos se fueron extendiendo por toda Europa y a América por navegantes españoles y portugueses.

¿Y qué es el carnaval? Un período de permisividad y descontrol que ayudan al cuerpo y a la mente a desahogar el control al que nos somete la vida. En la antigua Roma había un personaje llamado Momo, hoy día un símbolo del carnaval de Cádiz, que simboliza la burla, el sarcasmo y la agudeza irónica. Dios de los escritores y poetas. Un ser hijo de la Noche, hermano de Sueño y Muerte, que hace uso de una sátira pertinaz y su espíritu de inculpación malintencianada y crítica desmedida.

Así que dejándome poseer por el espíritu de Momo os reto a enterrar una fiesta blanca cuyos valores no pasan del exceso y la desidia, por el súbito desenfado, el humor, y la agudeza verbal, la música y el color que además promueve gratamente la moral necesaria para que un pueblo se comunique y sea, al fin, soberano.

Nos vemos el 10 de febrero, hasta entonces…estaré escuchando carnavales.



Y… aunque afirme que no de regalos vive el hombre… hay algunos que llegan inesperados, desconcertantes, fuera de lugar y tan ingenuamente adecuados… que terminan siendo los mejores.