miércoles, 11 de enero de 2017

Ciudad eterna

sumergida y vencedora
en mil batallas contra el tiempo
aún te mira con su único ojo
apuntando al cielo,
mostrándote una suerte de señales
en cada esquina,
en cada piedra.
Ciudad que suenas a trompeta de Nino rota,
a mármol y moto vespa,
a clásico desproporcionado,
a pan y circo de Fellini
tres países por el ojo de una cerradura,
verdades sin boca,
Y el dedo de dios acariciado por Bernini.


Termini cierra los ojos
y su cremallera hidraúlica
abre los olores de la tierra,
aire de toscana, albahaca y menta,
hacia el sobrio enigma
de cúpulas imposibles
y manos artesanas.

A la sombra macarrónica
De una salsa de tartufo
Para comerse la cultura
regando cada bocado
con un vino rosso
de reminiscencias a Médici,
a Leonardo, Dante,
Boccacio y Maquiavelo
en barrica de roble,
felizmente enterrado
en una cascada helada
camino a un  ilustre panteón
donde Stendhal sabe de qué habla
porque todo el que entra
pierde una porción de alma.


Perdidos  los sentidos
solo nos queda el tacto
para llegar, señora de las aguas,
puerta del adriático,
errando por tu laberinto
de piedra, agua y misterio,
luchando a muerte
con la fiera alada
que custodia las puertas
de tu paraíso perdido,
de mi cielo ganado,
de un ángel levantándome
de la piedra gris,
ahora bermellona,
y dormir al fin entre tus brazos
Ciudad eterna,
dolce vita,
segreto de Pulcinnella,
non c’è rosa senza spina


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