viernes, 2 de diciembre de 2016

El árbol de la vida

Las almohadas son el mejor invento después de la rueda e internet (bueno internet no, ya lo hablamos otro día) aunque a pesar de su confort y la delicia de saberte caer en blanco cada noche, su poder es devastador para las fuerzas de cualquiera. Pero ojo, si te quedas meses, años, vidas, eones,… en tu zona de confort-able almohada puede ser que la piel se ulcere, que se resquebrajen las columnas de tu templo y tu alma se vuelva piedra. Miro por la ventana, monotonía de lluvia tras los cristales, el agua arrastra los últimos colores de calles ya de por si descoloridas, incorrectas, mentirosas, sí, todo eso está allí fuera y no actúa con justicia, provoca miedos y te deja ver la vida pasar entre almohadones.

 Como decíamos ayer, el miedo, ese procrastinador del sentimiento, se pasea por el alambre y micciona en tus ideas, en las alegrías del inocente. Hay un soplo de esperanza allí fuera, hay que comerse el miedo primero, la vergüenza de segundo y el orgullo de postre, un buen menú para cualquiera que quiera estrellar luego sus dientes contra un bosque de retos y desafíos (con su consiguiente dolor de fondo, gracias) y un poco más allá encontrarás un claro, no es necesario que un rayo de luna lo ilumine, pero si tiene que tener una hoguera lejana, porque allí junto al fuego, herido, magullado, pero sonriente, te recibiré con un abrazo tibio y algo de alimento para el alma, a los pies de un árbol que no es un árbol y es muchas otras cosas a la vez, cuestiones de mecánica cuántica que no estoy dispuesto a departir ahora mismo.

Antes de que entres siquiera en calor me levantaré de la hoguera, flexionaré las rodillas, chasquearé la lengua y me lanzaré  a correr por la calle más próxima, la más oscura, para comprobar si al final del callejón hay un espejo y consigo encontrarme en su reflejo, con el riesgo de estamparme y romperme en mil pedazos.


Y el claro quedará sembrado en mi ausencia de espirales y tú sabrás que tu zona de confort se hace un poquito más grande, porque debajo de una rama habrás encontrado una almohada bajo un lecho de estrellas.


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