martes, 20 de diciembre de 2016

Cosas que valen la pena

Después de un fin de semana con la garganta en carne viva y placas e infección en los oídos todavía taponados, tengo dos anécdotas que han ocurrido en diferente tiempo pero que hoy al conectarlas me emocionan. La primera me provoca una sonrisa de oreja a oreja y la segunda le da mucho sentido a las decisiones de mi vida.

La primera fue hace unos meses cuando estaba trabajando en un cómic y llamaron al teléfono. Era mi abuela diciéndome que se le había estropeado la radio. Dejé lo que tenía entre manos y me fui a su casa a ver si conseguía poner el viejo transistor en marcha. Tardé un buen rato probando cosas mientras ella me contaba que claro, la radio le hace mucha compañía y ella la tiene todo el día puesta. Al final conseguí arreglársela y como se nos pasó el tiempo de cháchara y viendo fotos antiguas, con las piernas calentitas bajo las enaguas de la mesa mientras el cerebro me decía “no te va a dar tiempo entregar” y el corazón decía “ni caso, los mejores momentos de tu vida te los va a enseñar lo que te diga el corazón”. Y esa noche me acosté emocionalmente recompensado.

La semana pasada me hicieron una entrevista para el programa de radio 5 “viñetas y bocadillos” por la salida al mercado de la Senda de los Druidas. Lo pusieron este sábado. El lunes me llamó mi madre y me preguntó si había salido en la radio. Yo le dije que sí, que si me había escuchado a través de facebook y ella dijo que no, que quien me había escuchado había sido mi abuela. Se me salieron los ojos de las órbitas mientras mi madre contaba que entró en su casa y mi abuela nerviosa le dijo a mi madre que le había pasado una cosa muy rara. Había escuchado en la radio a un muchacho que se parecía a “Fernandito” (así me llama ella), que hablaba igual y que se llamaba muy parecido. Mi madre le dijo que sí, que me llamaban fer Jiménez y mi abuela asintió emocionada. Evidentemente se había quedado un poco confundida porque nunca había escuchado hablar a través de la radio a ningún conocido, ¡mucho menos se esperaba escuchar a su nieto! Pero mientras escribo estas palabras aún se me humedecen los ojos.  Anoche el cerebro me decía “Bravo fer, cosas como estas son las que hacen que los esfuerzos merezcan la pena”.

Y mi corazón, un poco refunfuñón, decía “Teníamos que haber utilizado Fernandito como nombre en la portada, para que mi abuela hubiera podido reconocerme”.




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