martes, 11 de octubre de 2016

Lisboa, ciudad insólita

Siempre me ha gustado Lisboa, siempre que he ido me he quedado con ganas de pasar más tiempo en ella y de conocer nuevos rincones. Esta vez no fue diferente. Vi que Yann Tiersen daba un concierto allí y tenía ganas, muchas ganas de verlo a ser posible en un escenario de sueños. Y Lisboa lo es. Así que conseguí casi las últimas entradas, un hostal barato y seis horas y media de coche hasta allí.

Es una delicia pasear alegremente por una ciudad bonita, con ese aire tan de bohemia, decadencia pero con tanto color, mosaicos y azulejos preciosos que daba gusto dejarse perder por las calles del barrio alto, subir cuestas empinadas en busca de los miradores del castillo o sentarse a la sombra de unas escaleras huyendo de un sol que ni en verano. Y daba gusto darse una ducha y vestirse para la ocasión para ir a un coliseo dos recreios que ponía el cartel de no hay entradas para las dos actuaciones del genio francés en la capital portuguesa.

No es de extrañar que Yann Tiersen abarrote escenarios porque es tan extraordinario lo que hace ya sea con el piano, con la melódica o el violín, mandolina y acordeón. Es de otro planeta como engarza sus composiciones mezcladas con efectos sonoros de trenes que pasan a lo lejos, gaviotas que vuelan o bicicletas y susurros de voz. Todo es mágico en su música y el clamor es ensordecedor cuando suenan los primeros acordes de las archiconocidas obras de su catapulta a las estrellas que fue la película de Jean-Pierre Jeunet, Amelie.

Pues inevitable salir del teatro envuelto en un halo de melancolía, recorrer las calles en dirección al castillo e ir a cenar al bar con mejores vistas de la bahía. El chapito es algo más que un bar, es también una escuela de circo y un lugar para sorprenderse. Yo lo conocí solo de pasada la última vez que estuve en Lisboa y me prometí volver a disfrutarlo. Y ya te digo si lo disfruté. Al entrar nos recibió una chica con traje de arlequín en rojo y negro cuya chaqueta era una especie de frac y un bombín en la cabeza. Había reservado mesa y nos eligieron un lugar en la terraza con buenas vistas al mar, comimos buñuelos de bacalao riquísimos y una tosta de sardinas con pimientos rojos, exquisito. En la revista de espectáculos venía una actuación en el Bartô, un local anexo bajando unas escaleras al sótano, donde pudimos disfrutar de un estupendo concierto de Tangos del dúo azuliebe, una violinista portuguesa y un argentino que tocaba el bandoneón que hicieron aún más especial y bohemia la noche. Tocaron una sucesión de antiguos tangos buscando las raíces, desde los primeros de Piazzola a muchos anteriores, un lujazo estar allí en primera línea escuchando esa maravilla.

Si ya no era suficiente, cuando salía del local había una pareja practicando pasos de danza aérea sobre la pared vertical que da al patio del local. No pudimos evitar aplaudir una de las maniobras. y volver al hostal dando un paseo nocturno entre las calles donde se podía encontrar en cualquier esquina un mural o una intervención artística.

Todo un lujo de ciudad, todo un paraíso para el deleite de los sentidos.



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