sábado, 5 de julio de 2014

Instrucciones detalladas de como deshacerse de su propia sombra


La libertad no se regala, la libertad se gana. Por ello puede ser más angustioso que gratificante conceder la libertad que condenarse a no tenerla. Y como siempre digo, la angustia es muy enemiga de palabras sordas y oídos necios con lo cual voy a relatar la terrible historia de un hombrecillo que un buen día decidió deshacerse de su propia sombra.

Una sombra, en superflua esencia, es una mancha que te persigue por el suelo, una mochila que se cuelga de ti pero en la que no puedes guardar nada, un gemelo deslucido, un imitador con una oscura personalidad, un sucesor dormido o una mascota indeleble.

¿Por qué razón iba usted a tener intención de deshacerse de su sombra? por estética, por capricho, por tutatis o por salud… Cualquiera de los motivos viables no es justificación para extirparte un apéndice que, mire usted por dónde, cuelga alegremente de ti desde antes de que fueras consciente de ella y que a partir de ahí siempre ha estado alegremente agitándose al capricho de tus actos.

Pero un buen día el destino le dice que tiene que deshacerse de ella como sea a costa de su propio beneficio. En primer lugar y más asustado que decidido, porque no hay mucha gente a la que un buen día se le aparezca el mismo destino a decirles estas chorradas, decide coger unas tijeras bien afiladas con firme determinación. Tras sentir la desagradable tensión de sus músculos las suelta, suspira aliviado y pone un poco de música, no recuerdo ahora si puso Zigeunerweisen o Paranoid. Después de escuchar un par de veces la canción se acercó a las tijeras y volvió a aferrarlas con más determinación aún. Con la otra mano cogió la sombra delicadamente para no despertarla, como si fuera un paño de seda,  y observó detenidamente que en alguna parte donde la sombra linda con su carne hay una línea de puntos que pide a gritos ser cortada. Es una línea muy delgada, casi invisible,  porque si estuviera más a la vista cualquiera podría ir por ahí cortándose la sombra y no es la idea.

Cuando empezó a cortar sintió una ligera presión, como cuando se corta uno las uñas o se rasura los pelos con una cuchilla mala, y un lastimero lamento salió como del fondo de un profundo pozo, ya que al fin y al cabo la sombra también es un apéndice de uno mismo y como tal llora con la pérdida de su humano favorito.
Una vez resuelto el problema de extirpar su propia sombra llegó un problema mayor. Una sombra no se puede tirar al cubo de la basura como si tal cosa, en principio porque no sabemos si es envase u orgánica y definitivamente porque es humana. El caso es que comenzó a pensar meticulosamente en la persona que se haría cargo de su sombra de aquí en adelante porque en el fondo se estaría haciendo cargo de una parte importante de él. Y no eligió a nadie.

Puede surgir impetuosamente la idea de que lo mejor que puede hacer alguien por su sombra es dejarla en libertad. En libertad de que le muerdan los insectos, le azoten los elementos, le persigan los perros y que por las noches no lo deje descansar la oriunda idea de que alguna vez tuvo un hogar donde dormía encima de una sillita roja junto a la ventana.


El hecho de quererse uno mismo implica pensar que su sombra es una parte tan importante de uno mismo como la mano siniestra, el lóbulo de sus orejas o el mismísimo trasero.

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