jueves, 15 de agosto de 2013

Un lugar en la Frontera

Digamos que la vida es un globo, un dirigible, un artefacto volador no identificado que no tiene más misión que volar y volar hasta caer el día menos pensado. Digamos que, si la vida es ese artefacto, está dirigida por un pequeño ser charlatán y avispado que conduce su timón y observa todo lo que acontece. Digamos que este pequeño observador llamado mente consciente, además de conducir y observar, se encarga de darle ordenes a un extraño ser enorme, sin forma definida y con la risa bobalicona de un niño de tres años. Supongamos que este ser extraño y sin forma tiene un plan para nosotros, traza nuestro próximo paso en una hoja en blanco, es capaz de leer la mente de sus interlocutores y escribe lo que más le llama la atención de lo que le dicta el conductor de tal manera que cuando el conductor le pregunta que hacer el enorme ser rebusca en su cesto de hojas y le enseña la solución a su problema, o el dibujo que hizo cuando pasaron por última vez por tal o cual lugar. Ese enorme, peludo y mágico personaje es mente subconsciente. Solo me falta decir que mente subconsciente es ciego, sordo y mudo, y solamente puede guiarse de lo que le dicta mente consciente. Seguramente te preguntarás cómo es posible que con semejante tripulación pueda ningún globo volar muy lejos.

Hay vidas longevas que se han conducido siempre bien, hay otras que se van consumiendo débilmente como la llama de una vela y otras que llegan a su ocaso en medio de una explosión de colores, también hay algunas que sólo quieren ver arder el mundo pero esas se consumen en su propia salsa picante. No es ni más ni menos que la forma de trabajar que tengan los pasajeros de tu globo, el que ve, oye y habla y el que siente, dibuja y piensa. Por estas sencillas razones considero que pasear por las paisajes de tu infancia, visitar y charlar alegremente con tu familia y/o releer un libro que ya leíste hace años son acciones que hace que mente consciente deje de buscar indicios de novedades y aventuras y se calle la boca un poco y deje a subconsciente trazar planes atrasados de una larga lista de etcéteras cómodamente sentado en la silla con almohadones de rayas que forman parte de un lugar en la Frontera o un jardín llamado infancia.


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