Somos péndulos, somos lineales, somos simples. Viajamos a
través del tiempo cuesta abajo y con paracaídas de amianto. A veces, tocamos
fondo y a veces llegamos a nuestro culmen para comprobar que más arriba ya no
hay nada y volvernos a dejar caer, a destrozarnos contra las rocas, a
convertirnos en espuma y ser arrastrados por la galerna de nuevo hacia las
nubes. Somos siluetas recortadas en una enorme bola de papel de fondo que no
sabe más allá de su pequeño artefacto
péndulo que se mueve al inexorable tic tac de un gigante engranaje llamado
universo.
Avanza, retrocede, sube y baja. Tan sencillo. Solo dejarse
mecer. Pero esas siluetas tan parecidas a mí, a ti, a algunos más, no tenemos
una naturaleza sencilla por suerte o por desgracia. Y nos convertimos en el
timón que gobierna con guantelete de acero nuestra nave en busca de otros
horizontes, otros siete mares a los que poner nombre u otras rocas en las que
encallar.
En momentos cruciales nos damos cuenta que nuestro
artefacto-nave-péndulo se frena y deja de marcar el tic tac del universo, en
esos momentos en que el frío del glaciar se nos cuela hasta los huesos sin
remedio y nos quedamos con la mirada pérdida hacia adentro. Esos minutos fatales
nos vacían el alma, convirtiéndonos en una silueta de atrabiliario aspecto.
El único modo en que la vida tiene forma de arrancar ese
estado de nonsense, de intemporalidad y de alejamiento de nosotros mismos no es
ni más ni menos que la teoría del Caos. Una fuerza de empuje, un vistazo al
abismo, un pacto con la locura. Son simples llamadas de atención energéticas
con el fin de iniciar una nueva trayectoria con el motor del caos marcando líneas
que nadan tienen que ver con el tiempo ni con la distancia. Es un deambular por
las emociones más primarias hasta encontrar un cinturón de asteroides que
vinculen tu trayectoria de nuevo a un punto Zero, a una nada amniótica, a un
leve sendero de suave calima por donde andas descalzo y solitario.
De aquí en adelante, de nuevo, el desquiciante engranaje
universal fija sus ojos en ti y se empeña en aferrarte a sus raíles lineales,
tic tac tic tac y rápidamente los llena de compañeros de viaje sin rostro y te
da la oportunidad, una vez más, y otra, y otra, de ir dibujando rostros
familiares en sus caras de cartón piedra con olor a naftalina.
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