domingo, 31 de marzo de 2013

Sangre de dragón

Sin ánimo de entrar en spoilers y discusiones acabo de confirmar, aunque mi doctora lleve meses recordándomelo, que pertenezco a la estirpe de los Targaryen. Poco a poco las escamas han ido cubriendo mi cuerpo, endureciéndose en las zonas más idóneas y haciéndose fuertes aferradas a la epidermis. El invierno llegó, vio y venció. Probablemente la soriasis debería llamarse la enfermedad del dragón porque cuando la padeces el picor te hace hervir fuego del estómago, hacen que tengas ganas de devastarlo todo a base de llamaradas y luego quieras huir a una cueva a lamerte las heridas.
Tras bucear en archivos de ficción y viendo que esto se ha convertido en un castigo eterno, al más puro estilo Sísifo, han conseguido que al final reflexionara, me resignara y tomara la determinación de ser, eso, un dragón. Un dragón en la fase tras la cual, cansado o herido de la guerra diaria y de príncipes encantadores y su séquito de funcionarios pomposos, se dispone a buscar refugio en un gruta lejos del mundanal ruido y rodeado de sus tesoros. En mi caso, lejos de almacenar monedas de oro o, por contemporaneizar, billetes de dólar, las montañas que hacen mi lecho son de papeles y libretas con el único fin de permanecer enroscado haciendo espirales infinitas sobre escritos, dibujos y un estradivarius de cuerdas rizadas.
El fuego de la batalla aún arde en mis pulmones, el humo hace señales, pero las escamas caen y me vuelvo vulnerable. Quizás no nos veamos en algún tiempo, estoy a punto de tomar un buen descanso, una siesta larga, una petit morte y una póstuma cita con el fénix. 
Hasta pronto. 



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